Un amor que se
comprender a través del dolor y del sufrimiento.
La violencia como
forma de vinculación amorosa causa estragos en todo el que la ejerce y el que
la padece.
Uno parece ser el victimario y el otro la víctima de esta situación.
Sin embargo, es una combinación perfecta para establecer dolor, sufrimiento y
agonía en la vida no solo de la pareja, sino de la familia en su conjunto.
Los hijos son la
parte más vulnerable de estos amores violentados. Su posición de hijos los
enfrenta a la impotencia, al dolor, al desgarre interno de su alma frente a la
presencia de que sus amores más grandes, aquellos en quien confía no son
personas íntegras y maduras. Se encuentran al descubierto en el abandono y en el
desamparo.
Se encuentran tan
desamparados como sus modelos de vida. Se llenan de furia, de rabia y cuando la
expresan se ponen en la tesitura de ser aún más violentados y humillados. Toda
adicción es una dependencia, una forma de relacionarse con algo o alguien de
manera patológica. No existe ninguna adicción sana y mucho menos la que tiene
que ver con el amor. Se convierte en una necesidad. Y la necesidad de un amor
siempre acaba con un gran dolor y con una sensación de insatisfacción y
pérdida.
Las dependencias
amorosas tienen que ver con aquellos síntomas en los que no podemos prescindir
de la presencia de ese gran amor. Y en “aras del amor” tan grande que decimos
tenerle, convertimos nuestra relación en:
-
Asfixia: no permitimos que respire, le asediamos y exigimos su presencia a toda
costa.
-
Control: queremos saberlo todo acerca de nuestra pareja, estamos tan inseguros
e inquietos que deseamos adivinar hasta sus pensamientos, solo para asegurarnos
que esos pensamientos están dirigidos a nosotros y solo a nosotros.
-
Dependemos: renunciamos a todo aquello que nos gusta para darle la oportunidad de
que se tome conciencia de lo “bueno que somos”, pues siempre estamos
disponibles para ellos. Mejor dicho, los que no podemos alejarnos somos
nosotros en aras de perderlo.
-
Chantajes: condicionamos nuestro amor y peleamos a capa y espada para que esa
pareja se quede a nuestro lado mientras lo hacemos sentir culpable. Ellos los
malos y nosotros las víctimas. Un juego peligroso y que no siempre da
resultado.
-
Celos incontrolables: desconfiamos de todos y de todas los que
están cerca de ellos, como si nos fueran a arrebatar de las manos a esa persona
que para nosotros es tan especial.
Vivir así con la inseguridad, el desasosiego y el
terror de perder a la persona, de controlarla y no dejarla vivir porque es una
necesidad apremiante estar a su lado, es una forma adictiva de entender el amor
y la vida en pareja.
Toda adicción es
dolorosa, engañosa y muy perturbadora. Depender de una persona y más cuando
existe una relación de violencia, infidelidades, faltas de respeto y de una
existencia indigna es hablar de una dependencia infantil y patológica que solo
lleva a más sufrimiento para ambos miembros de la relación como para el entorno
en que se desenvuelven.
La adicción amorosa
es traicionera. Nadie puede controlar a otro ser humano aunque lo deseemos
intensamente. Nadie puede obligar a otro que nos ame. Nadie puede obligar a
otro a ser fiel o infiel, esa es una cuestión personal y de elección. Nadie
puede hacer lo queramos cuando lo queramos o a la hora que queramos. Es una
fantasía.
Y cuando no lo
logramos, sabiendo que no es posible, recurrimos al chantaje, los celos, el
control y hasta las amenazas más denigrantes para que se queden junto a
nosotros. La adicción amorosa habla, de una falla en la autoestima y en el amor
propio.
Y es ahí, en ese
aspecto, en el que las personas que padecen este tipo de afección amorosa
necesitan trabajar intensamente, para dejar de centrar sus vidas y existencia
en alguien fuera de sí mismos.
Como toda adicción,
la afectiva, también requiere de un tiempo de recuperación y la primera
condición es transitar un proceso de alejamiento, de abstinencia para lograr
sanar las heridas de esta dependencia afectiva.
Hasta que las
personas no se convencen que están viviendo en una relación destructiva,
difícilmente pueden llegar a un proceso de recuperación, requiere tiempo y
compromiso. Pero no existe otra alternativa y emprender un proceso de
desarrollo personal.
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Ana girogana
Terapeuta
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